Al principio, afirmaba Boisent, el enamoramiento tiene numerosas similitudes con los procesos gripales: estado febril, dilatación de pupilas, palpitaciones, sudoración, temperatura alta y disminución de pensamiento periférico.
El mal de amores, cursa los primeros días como un catarro, pero a lo bestia, hasta que el paciente se habitúa a la ausencia de la persona amada. Después los síntomas, en lugar de remitir como en los procesos gripales, se multiplican.
El enamorado pierde el apetito. Pasa las noches en vela con gran ansiedad y se entrega al aislamiento y la soledad. Y aunque el paciente sabe perfectamente lo que le está pasando, no hay antibiótico ni antigripal que le alivie.
La vida sin la persona amada se convierte entonces en un infierno. En función del organismo afectado, su período de recuperación puede ser de unos días o convertirse en una enfermedad crónica. Un desasosiego para toda la vida.
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