Llevaban unos días viéndose. Siendo más que amigos. Compartiendo los primeros momentos de la que podría ser una gran historia de amor. Y quizás se daba por supuesto, pero aún no se lo había dicho. No le había dicho lo que estaba empezando a sentir. Se armó de valor. Era su mayor secreto, quizás no muy bien guardado, pues el brillo en su mirada al verle la delataba, pero su secreto. Y había reunido las fuerzas suficientes para decirselo a la cara, bajando un poco la vista, sí, pero a la cara. Y en una milésima de segundo, como en un suspiro, con una voz quebrada lo exhaló. Dos palabras, ocho letras que esconden millones de noches sin dormir y unas cuantas sonrisas tontas. Él lo escuchó sin apenas inmutarse. Y tras unos segundos pronunció un "yo también" que no parecía muy sincero. Ella sonrió tímidamente, conformándose. Al menos parecía que él también la quería.
Y es lo que podemos llamar el principio del fin.
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